El gato dio para comer diez dias
El gato dio para comer diez dias
Quiere
la casualidad que la víspera de mi cita con los viejos horrores del
asedio de Leningrado me tope en la calle con las explosiones de las
bombas, y con el mismísimo Stalin.
Elena
Vladímirovna Mujina, Lena, a la que se conoce como la Ana Frank de
Leningrado, por las semejanzas con la historia de la joven judía
holandesa, era una chica de 16 años que residía en la ciudad y nos dejó,
en unas páginas que combinan la intimidad adolescente con el documento
histórico, una descripción muy directa y turbadora de las vivencias de
la población.
El
diario, escrito a mano e ilustrado con algunos dibujos, arranca el 22
de mayo de 1941, con las anotaciones usuales de una jovencita cualquiera
sobre estudios, amistades y primeros amores.
Llega
el invierno. “Hay nieve por todas partes y hace un frío atroz”, “todos
los días hay bombardeos horribles, todos los días hay fuego de
artillería”.
Otro
día, comparte una albóndiga de caballo, y gelatina hecha con cola de
carpintero. En la calle, a -31 º, “en algunos trineos llevan dos y tres
cadáveres, está muriendo mucha gente”. El 8 de noviembre muere de
inanición su madre-tía. “Me he quedado sola”.
Los
alemanes crearon ese infierno en la tierra a conciencia. “Leningrado
nunca pudo ser un Stalingrado”, señala Iarov. “Los sitiadores tenían
mucho miedo a que toda la ciudad pudiera convertirse en una trampa
explosiva. Además, no querían tener que aprovisionar a tanta gente. De
forma que el objetivo pasó a ser no conquistar la ciudad sino matar a
sus habitantes de hambre”.
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